La pornografía de la claridad posposmoderna: una lectura crítica de La sociedad de la transparencia de Byung-Chul Han desde la perspectiva de la ideología de Slavoj Žižek


Byung-Chul Han genera un quiebre y por ende, una nueva lectura diagnostica entre el paso de una sociedad disciplinaria a una sociedad de rendimiento, donde el panóptico ha sido reemplazado por la autoexplotación voluntaria del sujeto neoliberal. La transparencia, en este sentido, no sería sinónimo de democracia, sino de control algorítmico y positividad coercitiva. Todo debe mostrarse, incluso el deseo. El "porno" —no sólo sexual, sino emocional, comunicacional y político, pero también repetitivo, aburrido y predecible— se convierte en paradigma cultural.

Pero como señala repetitivamente Žižek en sus intervenciones, lo que se presenta como exceso de positividad puede ser precisamente la forma más sofisticada del fetichismo ideológico. La transparencia no revela: vela, allí su primer señalamiento al surcoreano. “Lo visible no significa lo verdadero, sino lo gestionable. En otras palabras: la transparencia no elimina el poder, lo hace digerible”. Como en las redes sociales, donde mostrarlo todo produce un efecto de sinceridad radical, pero disuelve el conflicto político en espectáculo emocional. “La verdadera violencia hoy es la violencia de la claridad”, diría Žižek con su acostumbrada pirueta hegeliana. De esta sentencia, el esloveno redefine su lectura sobre la transparencia y su incidencia en el razonamiento de los sujetos de esta época.

Han, por su parte, diagnostica una sociedad donde la positividad reemplaza la negatividad crítica. El "like" sustituye la dialéctica, pero aquí incurre en una lectura un tanto conservadora, o incluso luterana: como si el mal estuviera en el exceso, y la cura en la retirada al silencio, al bosque de Heidegger o al ritual zen, pero sintoniza con esa fuga medieval a los campos por espacio de paz, fertilidad, equilibrio y positividad.

Žižek se muestra escéptico frente a esta renuncia y se pregunta: ¿qué sujeto puede simplemente desconectarse del espectáculo sin convertirse, en el fondo, en una marca más de autenticidad? En su crítica al capitalismo cultural, Žižek afirma que incluso el rechazo al sistema puede ser capturado como forma de goce. La transparencia, en este sentido, no es sólo el resultado de un orden técnico, sino el síntoma de un sujeto dividido que ya no sabe cómo desear. Por ello, mientras Han propone “una estética de la discreción y el velo”, Žižek apostaría por “el cortocircuito ideológico”. La salida no está en menos visibilidad, sino en hacer visibles las grietas del sistema: lo real que el espectáculo oculta, será su sentencia persistente.

Por otro lado, Han parece lamentar “la pérdida de una interioridad densa, protegida por el secreto y la negatividad”. Por ello, uno puede deducir que su crítica tiene ecos de Adorno, pero sin su dialéctica. Para Han, “el problema es el exceso de luz”, pero como advertiría Žižek, esta nostalgia puede ser reaccionaria: “presupone que alguna vez existió un sujeto libre, interior, profundo, que ahora estaría colonizado por el mercado”. Ante esta aseveración, la perspectiva lacaniana afirmaría: “el sujeto nunca fue transparente, pero tampoco fue una esencia opaca. Fue siempre una falta, un corte”. Lo que Han omite para Žižek es que la transparencia no elimina la opacidad del deseo, simplemente la recodifica, más aún, es esa opacidad estructural —el síntoma, el lapsus, el goce, temas insistentes en el psicoanálisis— lo que el sistema intenta sofocar bajo el brillo de la positividad.

Byung-Chul Han, desde su enfoque académico, propone una crítica moral y estética a la sociedad de la transparencia, llamando al regreso de la negatividad, del pudor, de la lentitud como un acto de meditación hacia la imperfección. Sin embargo, esta posición puede deslizarse hacia una crítica aristocrática que se siente incómoda con la cultura digital más por sus formas que por sus estructuras. Žižek, en cambio, nos insta a usar el sistema contra sí mismo, no retirándonos del exceso, sino atravesándolo, esa propuesta no pasiva y conformista como Han sino eminentemente reaccionaria y responsable con el individuo. Por ello, el esloveno entiende que la transparencia no es un problema técnico, sino libidinal. “Queremos ver, queremos ser vistos”, afirma el autor de El sublime objeto de la ideología. “El verdadero riesgo no es la pérdida de privacidad, sino la conversión de nuestra vida entera en un performance que cree escapar al poder, mientras lo encarna”.

Quiero concluir afirmando que Byung-Chul Han nos advierte con razón sobre los peligros de una visibilidad total en La sociedad de la trasparencia, pero también en otros textos posteriores. Pero su diagnóstico se vuelve impotente si no consideramos las formas ideológicas del deseo que sostienen esa visibilidad. Por ello, Žižek nos recuerda que el problema no es que veamos demasiado, sino que no vemos lo suficiente donde deberíamos: “en el núcleo estructural que organiza nuestro goce”. Debo deslizar como propuesta de lectura que, en vez de añorar el secreto, tal vez debamos reinventar lo visible, redefinir cual es la óptica que se ve. Hacer de la transparencia un espacio de interrupción y no de confirmación positiva como ahora se considera. “Mostrar, sí, pero lo que el sistema no quiere que se vea: sus propias condiciones de posibilidad”.


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