La mirada y la soledad iluminada: una lectura bergeriana de Nighthawks (1944) de Edward Hopper
Cuando John Berger
publica Mirar (About Looking, 1980), prolonga —con una lucidez crítica
que desafía tanto al espectador como al objeto observado— su célebre premisa de
Modos de ver (1972): ver no es mirar. Mirar implica más que registrar
estímulos visuales; implica interpretar, situar y politizar la imagen. Así,
mirar —según Berger— no es un acto inocente, sino una praxis cargada de
ideología, de historia, de deseo. Desde esta perspectiva, la obra Nighthawks
(1942) de Edward Hopper —ícono visual del aislamiento urbano moderno— se
convierte en un espacio privilegiado para interrogar los regímenes de la
mirada, el lugar del espectador, la opacidad de los cuerpos y la arquitectura
como dispositivo visual. Este ensayo propone un análisis crítico de Nighthawks
desde los postulados teóricos de Berger sobre la mirada, enfatizando la noción
de "mirar como acto de apropiación simbólica", y abordando la pintura
como un dispositivo epistémico donde confluyen arte, filosofía y política del
ver.
Primero debemos asumir que,
para Berger, la mirada —en tanto categoría estética y política— no puede
separarse de los sistemas de representación que la producen. En Mirar,
el artista-espectador deviene analista del acto perceptivo; cuestiona quién
mira, desde dónde y con qué intención. “Toda imagen encierra un modo de ver”,
señala Berger (1980, p. 10), y, al hacerlo, subvierte la ilusión renacentista
de la perspectiva como neutralidad óptica. No hay mirada objetiva —nos
recuerda— sino encuadres subjetivos atravesados por la historia y el poder.
Así, mirar una obra de arte implica desencriptar las estructuras ideológicas
que la configuran y desestabilizar los hábitos perceptivos del espectador
moderno.
La mirada, por tanto, se
convierte en un territorio donde se disputan sentido, identidad y pertenencia.
En este contexto, Hopper —aunque aparentemente apolítico y silencioso— trabaja
con una economía visual que exacerba lo que Berger llamaría “el extrañamiento
del cuerpo”: figuras humanas atrapadas en escenas anodinas, pero densamente
simbólicas; sujetos mirados, pero no devueltos por la mirada del otro. En Nighthawks,
esta dinámica se exacerba: la escena muestra a cuatro personajes dentro de una
cafetería nocturna, separados del espectador por un cristal invisible pero
infranqueable. La ausencia de comunicación, los cuerpos estáticos, la luz
artificial, el silencio suspendido—todo ello convoca un tipo de mirada
enclaustrada, espectral, cargada de sospecha ontológica.
La noción de “teatro del
mirar” —que Berger sugiere en varios pasajes de Mirar al referirse al
museo como espacio ideológico— puede ser aplicada aquí al lienzo de Hopper como
una escena escenificada para un espectador implícito. La disposición de los
cuerpos, la línea de fuga, el contraste lumínico, la vitrina iluminada como
caja escénica: todo en Nighthawks parece haber sido construido para producir
una experiencia de observación suspendida. Sin embargo, dicha experiencia no
fluye hacia el espectador con naturalidad; al contrario, la mirada del
espectador es detenida, rebotada, imposibilitada de acceder a un punto de fuga
emocional.
A diferencia del
claroscuro barroco —que dirigía la mirada hacia una epifanía o pathos—, Hopper
suprime cualquier pathos manifiesto. La luz que emana del local no es
redentora; es clínica, casi quirúrgica. El interior del diner urbano parece
más una pecera que un refugio; los personajes, más especímenes que sujetos.
Este tipo de composición visual remite directamente a lo que Berger denuncia
como “el extrañamiento de lo íntimo”, la escenografía fría de un mundo
cosificado donde el acto de mirar no construye comunidad, sino distancia.
Ahora, desde una óptica
filosófica —particularmente existencialista—, Nighthawks puede ser leído
como una escena sartreana, donde la mirada del otro se convierte en condena,
pero, paradójicamente, aquí nadie mira a nadie. A diferencia de Sartre, que
tematiza la mirada como constitutiva del ser-para-otro, Hopper retrata sujetos
atrapados en una lógica de desmiramiento: la imposibilidad de establecer
contacto visual mutuo. Los tres clientes están juntos, pero radicalmente
separados; el camarero —el único en movimiento— tampoco sostiene ninguna
mirada. Se trata de un espacio sin escopofilia; un antivoyeurismo melancólico.
Berger, influenciado por
el marxismo y la crítica posestructuralista, interpretaría esta escena como una
metáfora de la alienación moderna: un mundo en el que los individuos han sido
despojados de agencia visual y simbólica. El vidrio que separa al espectador
del diner actúa como una barrera epistemológica: se puede mirar, pero no
tocar, ni oír, ni intervenir. La mirada se convierte en contemplación
impotente, en ejercicio de voyeurismo sin goce. Esta inacción escópica es el
reverso del “panóptico” foucaultiano: aquí no hay vigilancia activa, sino
desactivación total de la mirada.
Berger señala en Mirar
que la pintura —a diferencia de la fotografía— conlleva un tipo de temporalidad
distinta: más reflexiva, más detenida, menos indexical. No obstante, Hopper,
aunque pintor, se acerca a lo fotográfico; sus escenas tienen algo de
instantánea detenida, de tiempo congelado. En Nighthawks, esa
temporalidad suspendida exacerba la condición entrópica de la escena. No hay
antes ni después: sólo un presente sin acontecimiento. Esa cronología detenida
—que Walter Benjamín habría llamado “tiempo del aura”— está aquí puesta al
servicio de una cotidianidad sin mística.
Sin embargo,
paradójicamente, Hopper logra dotar a lo banal de una suerte de aura invertida:
no por elevación, sino por insistencia. Berger advertiría en esto una forma de
resistencia estética: al forzar al espectador a mirar lo que habitualmente no
se mira —el silencio, la espera, la distancia—, la obra subvierte los
mecanismos de espectacularización visual del capitalismo tardío. En otras
palabras, Hopper produce un arte del intervalo, una estética del umbral, una
poética de la mirada que no llega a ser mirada.
Debo concluir este comentario académico que Mirar —nos dice Berger— es siempre una forma de involucrarse o de huir. En Nighthawks, mirar es huir: los personajes huyen de la mirada del otro, del contacto, del acontecimiento. El espectador, a su vez, huye también de su deseo de intervenir. La obra nos devuelve una imagen de nuestro propio extrañamiento: no sólo no podemos entrar en la escena —sino que esa escena está construida precisamente para impedirnos hacerlo.
Por ello, desde esta
lectura, Hopper —a través del lente crítico de Berger— no es sólo un cronista
de la soledad moderna, sino un coreógrafo del mirar suspendido. Su obra plantea
una interrogación radical sobre el rol del arte en una sociedad donde el ojo ya
no transforma, sino que flota; donde la mirada ya no nombra, sino que se
dispersa; donde el espectador ya no desea —sino que observa, distante, como si
no pudiera tocar el mundo.
Referencias
Berger, J. (1980). About
Looking. New York: Pantheon Books.
Benjamin, W. (1936). La
obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. En Discursos interrumpidos
I (pp. 15-62). Madrid: Taurus.
Foucault, M. (1975).
Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI Editores.
Sartre, J.-P. (1943). El
ser y la nada. Buenos Aires: Losada.
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