Bitches Brew (1970) de Miles Davis: una lectura desde la teoría del caos, el efecto mariposa y la geometría fractal en el jazz eléctrico como sistema dinámico no lineal
El disco Bitches Brew
(1970), de Miles Davis, constituye uno de los artefactos sonoros más complejos,
disruptivos e influyentes del siglo XX. En el cruce entre el jazz, el rock, la
psicodelia, la música africana y la vanguardia electroacústica, esta obra propone
no solo una revolución estética sino también un modelo de pensamiento
alternativo: una forma musical que se asemeja, en su estructura y desarrollo, a
un sistema caótico en términos matemáticos —es decir, un sistema determinista
pero impredecible, caracterizado por la sensibilidad a las condiciones
iniciales y la emergencia de patrones complejos a partir de reglas simples—. En
este comentario sucinto, abordaremos Bitches Brew desde tres conceptos
clave de la teoría del caos: el principio del efecto mariposa, la geometría
fractal y la dinámica no lineal, articulando una lectura comparativa que
involucra la música, la filosofía posmoderna y las artes visuales.
La teoría del caos,
formalizada en el siglo XX por Edward Lorenz, sostiene que pequeñas variaciones
en un sistema dinámico pueden tener consecuencias exponencialmente distintas
—el famoso ejemplo de que el aleteo de una mariposa en Brasil puede provocar un
tornado en Texas—. En Bitches Brew, este principio se manifiesta en la
forma en que decisiones aparentemente mínimas —una intervención sutil del
teclado eléctrico de Joe Zawinul, una inflexión melódica de Wayne Shorter, una
síncopa mínima del contrabajo de Dave Holland— generan efectos de acumulación y
transformación progresiva.
A diferencia de la lógica
compositiva lineal del jazz tradicional —basado en la progresión armónica, el
tema-solo-coda—, en Bitches Brew los músicos operan como agentes
autónomos dentro de un sistema abierto. La estructura de los temas es
deliberadamente ambigua; por ejemplo, en “Pharaoh’s Dance”, la edición de Teo
Macero descompone y reconfigura fragmentos en cinta como una especie de collage
rizomático. Un simple motivo rítmico puede reaparecer, mutado, varios minutos
después; un gesto tímbrico —el uso del reverb o el delay en la guitarra de John
McLaughlin— genera capas de resonancia que modifican retroactivamente la
percepción del todo.
Así, “el efecto mariposa” se plasma como una propiedad emergente de la improvisación colectiva: una interacción caótica donde cada intervención se propaga y retroalimenta en un campo de posibilidad abierto, desplazando la noción de causalidad lineal en favor de una topología del azar controlado.
En torno a La teoría geométrica
de los fractales descubierto por Benoît Mandelbrot, son figuras geométricas que
presentan auto-semejanza a distintas escalas: cada parte reproduce el todo,
como en la estructura de un copo de nieve o un helecho. En Bitches Brew,
esta propiedad se traduce en la configuración rítmica y melódica: lo que se
escucha a nivel macro —la textura general de una pieza— reproduce patrones
similares a los que se encuentran en escalas micro —el fraseo individual, los
bucles de la percusión, los ostinati de los teclados—.
Cada instrumento no actúa
como una voz aislada, sino como un fragmento fractal que replica —con variaciones,
bifurcaciones y distorsiones— el patrón general del tema. Por ejemplo, los
múltiples percusionistas (Don Alias, Lenny White, Airto Moreira) generan una
polirritmia que, en lugar de superponerse de forma jerárquica, se despliega
como una textura multidimensional: hay centros que se descentran, ritmos que se
ramifican, líneas que se espejan en otras líneas. Esta geometría del caos no
puede representarse eficazmente con las herramientas analíticas clásicas del
jazz; más bien, requiere una aproximación topológica o matemática, donde las
unidades musicales se comportan como nodos de una red iterativa.
Esta idea encuentra eco
en las artes visuales contemporáneas a Davis —por ejemplo, en los patrones
psicodélicos de la pintura op-art o en la pintura de acción de Jackson Pollock,
cuya gestualidad espontánea produce estructuras fractales medibles—. De hecho,
estudios computacionales han demostrado que la obra de Pollock tiene dimensión
fractal; similarmente, podríamos hipotetizar que la densidad sonora de Bitches
Brew responde a una lógica análoga: un caos organizado, una forma de orden
profundamente embebida en la complejidad.
Desde el punto de vista
filosófico, Bitches Brew puede ser interpretado como una respuesta
sonora a las crisis epistemológicas del siglo XX. La música ya no pretende
representar un mundo ordenado, teleológico o armónico —como en el ideal
clásico—, sino reflejar la fragmentación, la alienación, la multiplicidad de tiempos
y espacios. En este sentido, el disco se alinea con los planteamientos del
pensamiento posmoderno: la disolución del sujeto cartesiano, la crítica a las
metanarrativas (Lyotard), la emergencia de una estética de la ruina, del ruido,
de la discontinuidad.
El caos de Davis no es
arbitrario: es una forma de resistencia contra la lógica disciplinaria de la
música occidental, recordemos también las consecuencias sociales que le produjo
por publicar el disco y cambiar su atuendo de salón por el de conciertos
multitudinarios. Es, también, una apuesta por el descentramiento del ego del
solista —tradicional en el jazz bebop— y por la emergencia de una subjetividad
colectiva, rizomática, en el sentido deleuziano. Los músicos no siguen un
guion; están insertos en un flujo, una multiplicidad de intensidades que operan
como singularidades móviles. En términos termodinámicos, podríamos hablar de
una música entrópica: una que no tiende a la organización sino al desorden
productivo, a la proliferación incontrolada de posibilidades.
La analogía entre Bitches
Brew y la teoría del caos no es solo una metáfora estética; implica una
forma de pensar la música como sistema complejo adaptativo —una red de
interacciones no lineales donde los elementos no se subordinan a un centro,
sino que emergen en interacción constante—. En ese sentido, la música de Davis
anticipa ciertos desarrollos de la teoría de sistemas, la cibernética y las
ciencias de la complejidad. Tal como Ilya Prigogine formuló la noción de
estructuras disipativas —sistemas abiertos que evolucionan lejos del equilibrio
mediante fluctuaciones—, Bitches Brew puede entenderse como una
estructura disipativa sonora: un objeto musical que se autoorganiza desde el
caos, produciendo orden mediante la interacción fluctuante de múltiples
agentes.
En paralelo, este modelo
encuentra correspondencias en la estética visual de la época: las composiciones
circulares de Bridget Riley, las esculturas cinéticas de Jean Tinguely, el cine
experimental de Stan Brakhage. Todos ellos comparten una preocupación por el
tiempo, la repetición y la emergencia de lo inesperado dentro de una lógica que
no es lineal ni narrativa, sino fragmentaria, rizomática, estructuralmente
caótica.
Quiero concluir este
comentario que Bitches Brew no es solo un disco, sino una máquina de
pensamiento. Al desestabilizar las categorías convencionales del jazz, Davis no
solo expandió los límites del género: propuso una nueva lógica para la creación
artística, una lógica afín a la del caos determinista, donde el orden y el
desorden se entrelazan, donde lo impredecible no es sinónimo de azar sino de
complejidad radical.
Aplicar la teoría del
caos a Bitches Brew no es un ejercicio meramente teórico; es una forma
de escuchar. Una escucha que abandona la expectativa de resolución, que abraza
la inestabilidad, que reconoce en la multiplicidad de capas, de tiempos y de
texturas, la belleza de lo no predecible. En un mundo cada vez más dominado por
sistemas complejos —económicos, ecológicos, sociales—, la música de Miles Davis
nos ofrece un modelo alternativo de comprensión: una epistemología del ruido,
del fragmento, del fractal. Una forma de arte que no busca representar el caos,
sino pensar desde él.
Bibliografía
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