La construcción del nihilismo, tensiones existenciales y la autenticidad en In Utero (1993) de Nirvana: una propuesta interdisciplinaria desde la política, la sociología, las artes y la filosofía
El álbum In Utero
(1993) de Nirvana no es solo un manifiesto estético del grunge ni una mera producción
sonora marcada por “la rabia juvenil”; es, sobre todo, una arquitectura
existencial profundamente nihilista —densa, fracturada, exasperadamente
honesta— que encarna los síntomas de una época atravesada por la pérdida de
sentido, la angustia ontológica y la fatiga de la autenticidad. La última obra
de Kurt Cobain antes de su suicidio se configura como una respuesta visceral y
lúcida a la saturación mediática del yo, a la trivialización industrial del
sufrimiento, al simulacro posmoderno de las emociones —una respuesta, por
tanto, que exige ser leída desde múltiples registros: el político, el
sociológico, el artístico y, por supuesto, el filosófico.
Por ello, no se trata
aquí de glorificar al mártir ni de estetizar el sufrimiento —¡todo lo contrario!
—; se trata de desentrañar, como en una autopsia hermenéutica, los signos del
nihilismo contemporáneo y su metamorfosis en formas musicales, visuales y
discursivas que emergen en el seno de una cultura desfondada. Si Nietzsche
advertía, en La genealogía de la moral, que el nihilismo es “la más
inquietante de todas las huéspedes”, entonces In Utero es la radiografía
sonora de esa huésped que ya no solo visita, sino que habita nuestras
subjetividades, nuestras instituciones y nuestros lenguajes.
Debemos entender primero
que el nihilismo no es únicamente una actitud o un síntoma emocional —es una
categoría ontológica, un marco epistémico que ha atravesado toda la cultura
occidental desde la modernidad. Friedrich Nietzsche lo formuló de modo radical:
“¿Qué significa nihilismo? Que los valores supremos se devalúan. Falta el
objetivo. Falta la respuesta al ‘¿para qué?’” (La voluntad de poder,
1888). En esta línea, In Utero puede ser comprendido como una forma
musical que se inscribe dentro de una genealogía de crisis del sentido. La
agresividad cruda de sus guitarras distorsionadas —¡casi una violencia contra
la armonía! —, la producción deliberadamente sucia de Steve Albini y la
confesionalidad áspera de sus letras configuran un dispositivo estético donde
la destrucción no es caos sin forma, sino resistencia contra una forma vacía.
En “Serve the Servants”,
canción de apertura del disco, Cobain canta: “Teenage angst has paid off well /
Now I’m bored and old”. Esta línea —cínica, desencantada, casi burocrática—
revela la saturación del sufrimiento como mercancía, otro tema interesante que analizar,
pero desestimado, esta vez, por mantener lo concreto y lo puntual en la presente
elucubración musical. El nihilismo aquí no es solo pasivo (pérdida de sentido),
sino activo (el rechazo a los ídolos falsos, a la celebridad, al sistema
industrial que metaboliza el dolor en producto). Al igual que Nietzsche en El
anticristo, Cobain fustiga los valores establecidos —pero no ofrece un
nuevo ideal; solo el vacío, la podredumbre, la honestidad insoportable de quien
ya no cree.
Por otro lado, la
estética de In Utero se construye también como una poética del cuerpo
enfermo —un cuerpo perforado, abierto, violentado, femenino, abyecto. La
portada, con un maniquí anatómico con alas, y canciones como “Rape Me” o “Milk
It”, exhiben una obsesión con la carne vulnerable, con la herida como signo de
lo real. Michel Foucault, en su análisis del biopoder, advierte que “el cuerpo
ya no es simplemente un campo de disciplina, sino un objeto de gestión, de
control, de exposición”. En este marco, Cobain expone su cuerpo como residuo de
la cultura del espectáculo —un cuerpo que no puede escapar a su propia
visibilidad traumática.
Por ejemplo, la letra de
“Pennyroyal Tea” —“I'm so tired I can't sleep / I'm a liar and a thief”—
enuncia la fatiga radical del yo, el cansancio que ya no es solo físico, sino
metafísico. Es la condición del sujeto tardomoderno descrito por Byung-Chul Han
en La sociedad del cansancio (2010): un yo hiperexigido,
neoliberalizado, que se autodestruye en su afán de rendimiento y exposición.
Nirvana, así, invierte el mandato de positividad y autogestión: su grunge es
una estética de la falla, del colapso, del ruido como verdad.
Guy Debord denunció en La
sociedad del espectáculo (1967) la conversión de toda experiencia en
imagen, In Utero podría leerse como una contraperformatividad sonora. En
oposición al pop pulido y al grunge domesticado de Nevermind, este disco
rehúye la seducción superficial. El ruido, la disonancia, las grabaciones crudas
—todo conspira contra la lógica del espectáculo. Jean Baudrillard ya lo
advirtió en Simulacros y simulación (1981): en una era donde la
representación precede al referente, la autenticidad es un gesto casi
revolucionario. Cobain no intenta ser “auténtico” en el sentido romántico —es
auténtico porque no puede, ni quiere, impostar otra cosa.
En términos sociológicos,
para remarcar la reflexión, podríamos vincular este gesto con la teoría de la
“acción dramática” de Erving Goffman (La presentación de la persona en la
vida cotidiana, 1959). Cobain se niega a representar el “yo artista”
conforme al libreto mediático. En su lugar, escoge la descomposición, el
malestar, la exposición brutal de lo que no debe mostrarse. Como Antonin Artaud
en el Teatro de la crueldad, Cobain pone en escena un dolor sin catarsis —una
performance que no redime, que solo hiere.
En torno a la imaginería
visual de In Utero —la placenta, los fetos, los maniquíes abiertos—
remite a una estética de lo abyecto, en el sentido que Julia Kristeva
desarrolla en Powers of Horror (1980). La abyección, dice Kristeva, es
lo que perturba el orden, lo que rompe la frontera entre lo humano y lo
inhumano. El arte de Nirvana dialoga aquí con las pinturas de Francis Bacon
—cuerpos deformes, carne gritando— y con las performances de artistas como Gina
Pane o Marina Abramović, donde el dolor no es fingido, sino acontecimiento.
En el cine, para ampliar
los ejemplos y vincularlos, podemos hallar paralelismos con Eraserhead
(1977) de David Lynch: la desfiguración, el asco, el horror cotidiano. En
literatura, Cobain tiene ecos de Sylvia Plath —la exposición suicida del yo
lírico—, pero también de David Foster Wallace, quien en Infinite Jest
narra la asfixia de un sujeto hiperconectado, incapaz de sostener su propio
deseo. En todos estos casos, el arte deja de ser un lugar de belleza y se
convierte en un espacio de verdad insoportable.
Pero ¿qué significa ser
auténtico en un mundo saturado de signos? ¿Es posible no representar cuando
todo ya es representación? Heidegger, en Ser y tiempo (1927), para
insistir en darle a esta aproximación académica un aura de altura, plantea que
la autenticidad surge cuando el Dasein se enfrenta con su muerte como
posibilidad propia. Cobain encarna esa confrontación: “su música es un continuo
estar-siendo-hacia-la-muerte. No hay estrategia, no hay máscara, no hay juego
—solo un cuerpo que grita desde el abismo”.
Sin embargo, esta
autenticidad es también una condena. “Ser auténtico” en una sociedad que exige
simulación es exponerse al desgaste absoluto. Por eso In Utero no solo
es una obra —es una herida. Una que no cierra. Una que, paradójicamente, al
revelarse, se convierte en mercancía. Como advirtió Theodor Adorno, “incluso la
denuncia de la cultura de masas es absorbida por ella” (Dialéctica de la
Ilustración, 1944). Cobain lo sabía —por eso el disco es también un
testamento.
Quiero concluir estos
apuntes de ideas y citas de libros que In Utero no busca agradar —busca
decir. Y en esa diferencia se juega toda su potencia crítica. A través del
ruido, del dolor, del rechazo al espectáculo, Nirvana construye una ontología
de lo roto, una ética de lo abyecto, una política de lo insoportable. No hay
esperanza en este disco —pero hay verdad. Y en tiempos de simulacro, eso ya es
resistencia.
La escucha de In Utero
no debe ser cómoda —debe ser incómoda, lacerante, reflexiva. Porque en su
brutalidad, en su asco, en su grito desesperado, Cobain nos recuerda que la
autenticidad no es un estilo —es una herida que sangra.
Referencias
Adorno, T. W. &
Horkheimer, M. (1944). Dialéctica de la Ilustración. Herder.
Baudrillard, J. (1981).
Simulacres et Simulation. Galilée.
Byung-Chul Han. (2010).
La sociedad del cansancio. Herder.
Debord, G. (1967). La
société du spectacle. Buchet-Chastel.
Foucault, M. (1976).
Historia de la sexualidad, Vol. I: La voluntad de saber. Siglo XXI.
Goffman, E. (1959). The
Presentation of Self in Everyday Life. Anchor Books.
Heidegger, M. (1927).
Sein und Zeit. Niemeyer.
Kristeva, J. (1980).
Pouvoirs de l'horreur. Seuil.
Nietzsche, F. (1887). Zur
Genealogie der Moral. Kröner.
Nietzsche, F. (1888). Der
Antichrist. Kröner.


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