ESC + arte contemporáneo 2.0: epílogo del arte consumista


El arte contemporáneo está fuertemente relacionado con la situación económica casi de forma parásita. Si no produce para una élite es para un sistema cultural que posee su propia conceptualización sobre lo que consideran su canon artístico. De ahí parte que el término calidad sea ambiguo y altamente discutible porque existe una demanda de artistas mediocres que utilizan la banalización coyuntural como forma de expresión. Por ello, su futuro depende exclusivamente de la demanda artificial creada por un sistema de poder que construye conceptos para posicionar el arte en ejes de poder económicos consumistas.
El artista actual no cuestiona el mundo sino se moldea a él porque estas modas momentáneas no son estrategias de inclusión y mucho menos propuestas de los artistas. El arte actual no tiene preferencia por un arte que sale de lo particular y lo concreto, que pone en tensión el concepto, interroga al mundo, explota diferentes capas de significación y no nos rinde solo un significado. El arte ya no es un proceso en cambio continuo que busca, consciente o inconscientemente, plasmar el espíritu de la época.
El mundo globalizado ha producido en el arte la característica de una fragmentación infinita y de particularidades que se repiten una y otra vez hasta el cansancio como es el caso del pintor chino Yue Minjun con su laboratorio de felicidad y el decadente pintor y performista norteamericano Damient Hirst. Los casos de cambios tecnológicos y urbanos -como lo sustenta Zygmund Baumand- son otras de las características que han influenciado como un grupo de códigos nuevos para redefinir el apego personal al espacio y así reconceptualizar lo que es público y privado. La cultura cotidiana es determinada por una combinación de signos y conceptos que se extraen tanto del ámbito global y como local, he ahí que algunos críticos han señalado que esta época la denominen como “la desterritorialización de la cultura contemporánea” por lo caótico, la desigualdad y la hibridez de cómo se presenta.  
Las grandes ciudades mundiales, en la actualidad, concentran un conjunto de diversidades. Sus distintos espacios se inscriben culturas corporativas dominantes aunque también un mosaico de culturas e identidades. Este hecho produce nuevas cartografías culturales como lo argumenta Saskia Sassen cuando opina que la globalización es un proceso que engendra espacios contradictorios caracterizados por la protesta, las diferencias internas y los continuos cruces de fronteras. La ciudad en este caso es emblemática en esta condición.
En torno al mismo tema, Nicolás Bourriaud en su libro “La estética racional” señala la dificultad de  mantener relaciones en la sociedad contemporánea, nuestra sociedad esencialmente es un espectáculo y que produce deseos que no puede satisfacer. Bourriaud exige un arte que proponga modelos receptivos, experimentales, críticos y participativos. Un modelo que exija la participación del espectador en la construcción del sentido de la obra. “Un arte para vivir y habitar el mundo de mejor manera” que según Bourriaud reside en la posibilidad de un arte relacional, un arte que reafirme un horizonte teórico, el reino de las interacciones humanas y su contexto social. “El arte no es un espacio para transitar, sino un temporal, en el cual podemos vivir y abrir nuevos horizontes”.
Todo este tipo de producción ocupa un espacio enorme en el mundo del arte contemporáneo y su tendencia es hacia la producción de bienes culturales de consumo y no sobre el arte en sí. La producción masiva solo tiene la intensión que la venta. Y esta se disfraza en sistemas culturales que sean masivos y puedan encontrar nichos de ventas. Esta es la época donde debemos discernir entre una obra de arte que reclama el nombre de arte y una obra que se abriga bajo carpa de un sistema de arte efímero. 

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