Ausencia



Entonces creía que la encontraría en unos de los salones de clases. Sabía que se sentaría sola en la fila izquierda y apreciaría su mirada que caía al piso cuando trataba de explicar sobre el amor.
Entonces traté de verla reflejada en todos los rostros adolescentes que me observaban con temor. Quería aferrarme a la idea que podía ser reemplazable, que no podía ser única, que todos tenemos algo en otro ser humano y que, a veces, basta percibir un rastro para contentarnos y ser felices.
Entonces traté de percibir aquel perfume a manzana que se confundía con su largo cabello negro ondulado. Como si el olor del pecado se pudiera percibir agrio y dulce en nuestros labios. ¿Qué sabor puede tener sus labios a manzana si solo pude oler lo prohibido? Entonces me propuse describir su olor a manzana y terminé por dibujar su cuerpo en la palma de mi mano como si lo inevitable pudiera tener existencia, como si el olor de la fugacidad podría ser concretizado y dicho en una sola palabra: su nombre.
Entonces oí su sonrisa que se esparcía entre los pasadizos y las escaleras. Entonces fui a buscarla y bajé y corrí entre ese sol brillante con sabor a sus ojos y esa ausencia que me punzaba la noche como cuando veía tu foto en mi ordenador y empezaba a creer que existía y estaba, acá, conmigo y se reía como la primera vez para tratar de confundirme con las misma preguntas o con esa inocencia que observaba mientras movías sus cabellos a mar y me hacía creer que había empezado a amar aquello que era inevitable y a la vez fugaz. ¿Cómo puedo nombrarte ahora que no existes ni responden a mis mensajes y obvias mi saludo ensombrecido por mi muerte de extrañarte? ¿Qué respuesta puedo darme cada noche cuando tu rostro se apodera de mi vigilia? ¿Qué nombre ahora poner a tu ausencia? ¿Cómo describir el olor de la manzana? ¿Cuántas veces leeré tus mensajes para obviar tu ausencia? ¿Cuántas veces dejaré de escribir tu nombre en japonés en mi cuaderno?

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