Violencia, cuerpo y estética en Trainspotting (1996) de Danny Boyle: hacia una lectura zizekiana del cuerpo, el poder y la pulsión
La película Trainspotting —adaptación fílmica de la novela homónima de Irvine Welsh (1993) por Danny Boyle— se erige como un texto complejo para la reflexión de múltiples ejes disciplinares: estética cinematográfica, violencia social y del cuerpo, ética existencial y filosofía política. En este ensayo se propone abordarla a través del prisma filosófico de Slavoj Žižek —y su análisis sobre la violencia, la ideología, el cuerpo y la fantasía—, con el propósito de articular una lectura interdisciplinaria que interrelacione estética, política del cuerpo, ética y filosofía. Se argumentará que la violencia representada en Trainspotting funciona no solo como espectáculo sino como manifestación del sujeto en el sistema capitalista tardío, así como del cuerpo-excluso que rechaza o es expulsado del orden normativo. El análisis que haré se sustenta en pasajes históricos y políticos: la crisis del capitalismo fabril en el Reino Unido de los años ochenta-noventa, las políticas de Margaret Thatcher, el auge del neoliberalismo y la precarización subjetiva, momento en el cual emerge la sub-cultura de la heroína y la marginalidad urbana escocesa. Ese contexto permite situar la trama de la película: jóvenes atrapados en el ciclo de consumo, adicción y violencia, que encarnan una revuelta corporal y estética contra la normalización social. En este marco, se harán comparaciones entre la estética cinematográfica de Boyle (montaje frenético, ruptura narrativa, estética de la suciedad y el exceso) y el cuerpo como “terreno de lucha” (como plantea Žižek) —una política del cuerpo que se rebela o se colapsa—; asimismo, se analizará la ética de la fuga, la traición y la supervivencia; finalmente, la filosofía de la pulsión y la ideología, entendidas en clave zizekiana: “la violencia no es solo acto visible, sino también la estructura silenciosa que sostiene la apariencia social”.
Para comprender la
violencia que articula Trainspotting es imprescindible remontarse al
Reino Unido de los años ochenta y primeros noventa: bajo las políticas de
Margaret Thatcher se impulsó un modelo de desindustrialización y liberalización
de los mercados, que conllevó altos índices de desempleo y marginalización en
zonas como Leith (Edimburgo) o Glasgow. La novela y la película sitúan su
acción justamente en esa escisión social: un grupo de jóvenes sin futuro
“legítimo”, sumidos en el consumo de heroína como fuga/desesperación, se
convierten en sujetos del cuerpo-excluido. Como apunta el artículo de
Gutiérrez-Sibaja: “Mark Renton describe a sus amigos y a sí mismo como ‘a
quartet of fucked-up people thegither’” (Welsh, 1996, citado en Gutiérrez-Sibaja,
2017, p. 2) y se sitúa “the lowest of the fuckin low, the scum of the earth”
(Welsh, 1996, p. 78) como categoría de estigmatización social.
La violencia social y
estructural —desempleo, drogas, exclusión— viene acompañada de la lógica del
consumo neoliberal: los jóvenes “precarios”, sin futuro garantizado, se ven
atrapados en un orden que exige rendimiento y éxito, pero les niega ambos. En
ese sentido, la película articula la estética del exceso y la autodestrucción
como reflejo simbólico de la regresión social. Aquí se hace pertinente la
distinción zizekiana entre violencia subjetiva, simbólica y sistémica: la
violencia visible (la paliza de Begbie, los robos, la adicción) se inscribe en
una violencia simbólica (el discurso de normalización, de disciplina que
Margareth Thatcher encarnaba: “there was no such thing as society”) y en una
violencia sistémica (el sistema capitalista que reproduce desempleo y
marginalidad). Como Žižek sugiere: “Every violent acting out is a sign that
there is something that cannot be said in words” (citado en Mambrol, 2018, p.
2). Por tanto, la violencia en Trainspotting es también la pulsión que
brota ante la imposibilidad de articular verbalmente la propia exclusión; es un
grito corporal que manifiesta lo no-dicho del sistema.
Desde el eje estético, la
obra de Boyle opera mediante un montaje fragmentado, una paleta visual de
suciedad y neón, la música punk-rock y techno, la repetición de imágenes
viscerales —como la caída del túnel en “choose life…” o la escena del wc
asqueroso— que convierten el cuerpo en espectáculo y el exceso en forma. Esta
estética no glamoriza la adicción, sino que la presenta como colapso del cuerpo
en el sistema. En este sentido, la violencia en la pantalla es tanto literal (golpes,
robos, agresión) como simbólica: el cuerpo que se auto-flagela al inyectarse
heroína, el cuerpo que vomita en el retrete, el cuerpo que se traslada al
trabajo en Londres vendiendo pisos tras “limpiarse” (Renton). Así, la violencia
estética es inseparable de la política del cuerpo. Desde la filosofía de Žižek,
el cine revela lo que “somos” desde un ángulo ideológico: “We need the excuse
of a fiction to stage what we really are” (Žižek citado en Brody, 2009).
En Trainspotting,
la ficción del exceso y la adicción permite que aflore lo real del cuerpo
deportado por el sistema, la pulsión que no puede inscribirse en el discurso de
éxito neoliberal. En ese sentido, el montaje cinematográfico —la velocidad, el
corte brusco, la enjundia del color y sonido— opera como metáfora de la
temporalidad detenida del sujeto excluido: ellos no “avanzan”, sino que
“corren” sin destino. Entonces el cuerpo se convierte en arena de la violencia:
tanto como agresor (Begbie) como como víctima (Renton, Spud) y como espejo
social (los trabajadores-drogadictos en la sesión de la fábrica). Incluso la
escena del túnel plantea una metáfora del cuerpo que cae, que atraviesa el
vacío de sentido, y emerge al otro lado sin control —una estética de la caída y
la posibilidad de renacimiento que es irónica: la “limpieza” de Renton no es
redención sino traición a sus valores originales (“choose life… choose a job,
choose a career… choose zza big television…”).
Aquí cabe articular la
política del cuerpo: el cuerpo no es solo objeto de consumo ni de violencia
explícita, sino de disciplina y control ideológico. En el Reino Unido
Thatcher-variante, se exige “normalización” de los cuerpos: trabajar, consumir,
pertenecer. En la novela, como Gutiérrez-Sibaja lo analiza, Renton es etiquetado
como “anormal” para ser disciplinado (Goffman y Foucault aparecen como marcos
teóricos). En este sentido, la violencia del cuerpo no es solo el puño que
golpea, sino el sistema que lo excluye, lo etiqueta y lo impone.
La política del cuerpo en
puede entenderse desde tres vectores: (1) la corporalidad-adicta que rechaza la
norma, (2) la corporalidad-violenta que afirma presencia en el espacio social
mediante el golpe o el robo, y (3) la corporalidad-traidora que abandona al
grupo para asimilarse al sistema. Desde la ética, la película plantea dilemas:
¿qué significa ofrecer lealtad a los amigos cuando el sistema te niega el
futuro? ¿Es ético traicionar al grupo para “superar” la exclusión? Renton lo
hace: roba los ingresos de Begbie y Sick Boy, abandona a Spud. No es una
redención heroica, sino una elección de supervivencia en el marco de la norma.
La ética de la supervivencia en este universo es ambigua, ambivalente, y muestra
que ser “competente” para sobrevivir en ese mundo significa renunciar al ideal
del grupo.
Aquí entra la reflexión
zizekiana: la ideología dominante no sólo se reproduce en discursos explícitos,
sino en el acto de traición al otro, de aceptación del sistema que excluye.
Žižek nos recuerda que la ideología es “nuestra relación espontánea al mundo
social” (citado en Gutiérrez-Sibaja, 2017, p. 9) y que la violencia manifestada
es síntoma de lo que no puede decirse.
En Trainspotting,
la traición de Renton no es “villanía” solo, sino la internalización de la
lógica ideológica de competencia individual (“Choose life”). El cuerpo
traiciona a sus pares para inscribirse en el sistema –y esa traición es
violencia simbólica.
Desde el punto de vista
del “otro”, el cuerpo excluido (Spud, Sick Boy) se convierte en representación
de la alteridad, la falla en la norma. Su estigmatización —“scum of the earth”—
es una violencia simbólica que precede cualquier paliza física. La ética de la
película no ofrece redención moral, sino una paradoja normativa: la
normatividad del sistema hace de la traición un acto “exitoso”, pero moralmente
vacuo. Esto se vincula a la filosofía de la pulsión y del deseo en Žižek: la
pulsión persiste más allá del deseo consciente, y el cuerpo, en su violencia,
“actúa” lo que no puede decir. Como dice Žižek: “The mystery is that even if we
know that it’s only staged … we are still fascinated.”
Por otro lado, la
filosofía política de Žižek proporciona un marco primordial para analizar la
violencia en la película. Según él, la violencia tiene tres niveles: subjetiva
(actos individuales de violencia visible), simbólica (la violencia del
lenguaje, del estigma, de la exclusión discursiva) y sistémica (la violencia
ocasionada por las estructuras económicas-políticas que excluyen), como ya lo
hemos señalado líneas arriba. En la película, vemos los tres niveles:
a.- Subjetiva: la
agresión de Begbie, el robo, la adicción.
b.- Simbólica: las
etiquetas (“scum of the earth”), la norma de “choose life”.
c.-Sistémica: la
marginalidad generada por la desindustrialización, el desempleo, el capitalismo
tardío.
Desde esta óptica, la
violencia no es sólo un elemento de choque narrativo, sino la constelación
misma del sujeto en el sistema: el cuerpo que no logra inscribirse en la norma
se convierte en portador de la violencia. La estética de Boyle intensifica esta
lógica: la suciedad, la velocidad, la repetición del acto autodestructivo,
manifiestan la naturaleza sistémica de la violencia. Como señala el análisis de
Trainspotting en Criterion: Renton se hace partícipe del sistema que
repudiaba (“… there was no such thing as society, and even if there was, I most
certainly had nothing to do with it.”)
Desde la filosofía de
Žižek, para seguir con la reflexión, la única forma de romper la lógica
ideológica es enfrentarse al “Real”: ese punto de quiebre que no se inscribe en
el lenguaje ni en la norma. En Trainspotting, ¿es la adicción o la fuga
la confrontación con lo real? Puede leerse así: la adicción como síntoma de lo
no-representable, del vacío, del fracaso del discurso neoliberal. Pero la
película no plantea una resolución; Renton no se redime, simplemente cambia de
situación. Esa falta de redención es coherente con la filosofía de Žižek: la
contradicción no se resuelve, se torna visible. Como Mambrol señala:
“contradicción es una condición interna de toda identidad” (2018).


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