Una sesión de fotos con Joaquín Phoenix


Mi nombre es Martín de Romaña y esta es la historia de mi crisis positiva. Y la historia también de mi cuaderno azul. Y la historia además de como un día necesite de un cuaderno rojo para continuar la historia del cuaderno azul. Todo en un sillón de Voltaire. Este es el primer párrafo de la novela de Alfredo Bryce Echenique, La vida exagerada de Martín de Romaña. Por mi parte, dejando la ficción de lado, desde hace algunos meses, prometí ordenar mis escritos dispersos para considerarme un escritor disciplinado. Es complicado que las ideas que leo en los libros o mis reflexiones que fluyen en mi día a día pueda escribirlas en mi laptop o en el blog de notas de mi móvil. Se imaginan sacando mi ordenador en medio de una conversación para apuntar aquello que las otras personas de mi alrededor no le otorgaron la profundidad necesaria. Por ello, he decido llevar en mi maletín, por comodidad, una libreta negra que tenga la única finalidad de apuntar las impresiones de mi devenir, hacer bocetos que me servirán para fotografiar y transcribir las ideas que leo en los subtítulos de las películas o los versos en los libros de poesía. “El agua no tiene memoria. Por eso es tan limpia” (Ramón Gómez de la Serna), se puede leer en mi agenda de notas. Reglones más abajo, fechado el 28 de diciembre del año pasado, he escrito: comprar todas las películas en las cuales esté protagonizada por Joaquín Phoenix. 
La noche anterior he visto varias películas del actor, mientras tomaba varios vasos con whisky Jack Daniel’s, pero particularmente me impresionó I'm Still Here (2010) de Casey Affleck. Un falso documental que es el relato quejumbroso de la vida del actor que perdió a su hermano, River Phoenix, por una sobredosis de drogas a las afueras de un club nocturno de Hollywood llamado The Viper Room que era propietario, el también actor, Jhonny Depp. El documental empieza en el momento que Joaquín confiesa, a los medios de comunicación, que se retirará del mundo de Hollywood (2008), después de la excelente actuación en Two lovers, para reinventarse como cantante de hip hop. Llevo a mi boca el vaso con whisky con varios cubos de hielo. Contemplo su largo y sucio cabello, y esas gafas negras que le otorgan ese hálito de misterio en todo el documental. Pongo pausa con mi control remoto y cojo el celular de la mesa centro de madera. Observo la foto a blanco y negro de Alexa en silencio. Me enamora la crudeza de cómo desafía la cámara. Primer plano. Gafas negras. Sus labios carnosos. “Dispara al centro de mi corazón para que crees esos infiernos que tus labios profesan”, le escribo en el muro de mi Facebook. La imagen mimética de Joaquín aparece como centella en mi concepción de teorizar sobre el arte: instantáneo, plano, sin destellos, erótico, rudo, en blanco y negro, y misterioso. La película avanza: el mismo terno, marca Hugo Boss, que lleva, cuando se presentó en el 2009 en el show de Letterman, descansa en mi ropero, me repito para mis adentros. El terno, la corbata negra y la camisa blanca no solo lo usé cuando enterré a mi abuelo y a mi abuela, hace algunos meses atrás, sino también cuando entrevisto a alguien y busco que me confiese todo aquello que guarda en su interior y le avergüenza confesarlo. Acepto mi oscuridad y vivo con ella, no como una lástima que florece y todos deben sentir compasión sino como una forma de demostrar que uno puede ser feliz con aquella melancolía que se concretiza en mi terno, mis lentes, mis fotos, el color de mi cubrecamas, mi agenda y las cortinas de mi departamento. Joaquín Phoenix descubrió la desgracia de vivir, como lo hizo Diógenes, Nietzsche y Schopenhauer en su momento, antes que me comprara todas sus películas y reafirmara, cuando las veía, que el mejor camino que debía tomar en esta sociedad posmoderna en la cual reverencia la felicidad y el éxito inmediato. Chet Baker, Almost blue suena en mi vieja radio. Me concentro en un punto fijo de la pared de la sala: un cuadro de Katsushika Hokusai. Alexia se desnuda lentamente. Su polo blanco, ajustado a su cuerpo, se entorpece al salir por la redondez de sus pechos. Luce un brasier rojo. Me mira desafiante con esos ojos delineados. Le pregunto si ha analizado con minuciosidad las películas de David Lynch, ¿te gusta las actuaciones de Bradley Cooper, Matthew McConaughey, Clint Eastwood como la de Joaquín Phoenix? ¿Has visto la película Lost Highway? ¿Y la propuesta cinematográfica de Jim Jarmusch? ¿Paterson te parece una cinta poética sobre poesía? ¿Y la técnica documental del director iraní Jafar Panahi? Cae la pequeña falda que esconde el inicio de sus largas piernas. Su cabello negro se hunde como las aguas de una cascada que buscan morir en el abismo. ¿Quieres que te lea algunos versos del poeta Qu Yuan? Descubre sus pechos redondos y turgentes. Su pezón brilla en la noche. ¿Algún día me amarás como el sol al mar? Alone Together. Un sorbo de whisky. Mueve su cabello para un lado y para el otro, y los pájaros abandonan la copa del árbol. Beso delicadamente la punta de sus pezones. Ella coge mis cabellos. Su mirada, ahora, se pierde por mis cuadros de Marc Chagall que sobreviven en la pared de mi habitación. No expliques, mi amor, me susurra al oído, solo hazme el amor como si fuera una escena para una película de Bertolucci. La llevo a mi escritorio, la siento, tiro al suelo la poesía completa de Rimbaud y busco desesperado su boca, sus labios carnosos, su lengua viperina que envenena cada rincón de mi cuerpo. Gime descontrolada y recuerdo los versos del poeta francés: “El poeta se hace vidente por medio del largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”. Golpeo su abdomen con mi abdomen como buscando, inútilmente, que mi sudor perturbe su armonía, crea divagaciones sobre la poesía oriental o analice los infinitos planos secuencia que puedo encontrar en las películas de Stanley Kubrick. No estamos grabando, mientras hacemos el amor, La odisea en el espacio 2001. No. Solo hacemos el amor, animalizados, escarbando nuestras carnes para encontrar un vestigio de felicidad. Alexa besa mis labios con delicadeza floral. Recuerda que has venido para que te fotografíe en blanco y negro, le afirmo mientras juego con sus cabellos. Chet Baker, angustioso y suicida, sigue tocando la trompeta  en la esquina de mi habitación. El rostro, en primer plano, de Joaquín Phoenix, actuando en la película You Were Never Really Here de Lynne Ramsay, se eterniza en mi televisor ultra HD. Debemos dejar de amarnos para alcanzar la eternidad, le afirmo. Alexa empieza a vestirse para que la fotografíe. La noche celebra el amor en este verano sangriento.

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