Un día verde para los huérfanos de corazón


Del bolsillo de mi camisa ploma saco el paquete de coca y aquella pastillita que en su centro florece una calavera de colores. Un sorbo de Red Bull. “Jesus of suburbia” en el playlist otorga armonía a mi corazón. “…to live and not to breathe/ is to die in tragedy/ to run, to run away…” Manejo dejando atrás prostitutas, mendigos y autos destartalados que florecen en el centro de Lima. Acelero y mi mente dibuja lenguas de fuego que consumen los edificios y de sus llamas se erige la imagen pontificada de William Burroughs: “La desesperación es la materia prima del cambio drástico”, “La desesperación es la materia prima del cambio drástico” me martilla el cerebro mientras en mis oídos Billie Joe Armstrong repite “que tienes que sacar a tu hijo de esa maldito lugar para abrazarlo todas la noches y decirle que fue el único ser viviente que te otorgó felicidad”. “To live and not to breathe/ is to die in tragedy/ to run, to run away...”. Estaciono mi moto al costado del mismo Jesucristo misericordioso que cuida el callejón. Un a jalada más de coca. “Jesús se compadece de su hijo que ha perdido el rumbo de su vida”, repites mientras desesperado escondo toda la coca en la plantilla de mi zapato. “El único que puede hacer una maldita crónica es ese hijo de puta de Barrón, dale la entrada y que escriba mientras se jala toda la línea blanca del estadio de San Marcos”. El tombo no se percata de mis ojos rojos de cuervo. Otro Red Bull. “Under The bridge” de The red hot chili pepers baja mis revoluciones. Los jóvenes de mi generacion rozan mis hombros. Todos vestidos de negros, ensimismados con sus tristezas y su posmodernismo a cuestas, marcan sus latidos, sus pasos, su algarabía para que Billie Joe Armstrong nacido en Oakland, California, Estados Unidos, de cuarenta cinco años, nos muestren el camino del paraíso terrenal y nos olvidemos que el presidente de  Corea del norte, Kim Jong-un tiene una bomba nuclear viviendo en su corazón. Los jóvenes que me rodean no pensamos en el gobierno de Donald Trump ni en la izquierda retrógrada que acaba de aniquilar mi utopía de alcanzar la justicia social. Nosotros, los jóvenes apátridas, hemos venidos a escuchar como Billie, con su voz rasposa, nos relata “Time of your life”, cómo debemos sentirnos en nuestros tiempos y cómo la línea de coca, que me he jalado frente al único Jesucristo que creo en la tierra, no me desentona y que anima que persista la imagen de mi hijo y no destruya la poca consistencia de realidad que trato de aparentar. La coca me llega al cerebro, dibuja un coágulo de felicidad, abro mis ojos negros y sonrío, le doy la espada a mi destino y me dejo llevar por el marasmo de la desesperación. El boleto que me dio mi jefe sobrevive en el bolsillo de mi pantalón, de igual manera, los únicos cien lucas que permitirán sumergirme en el marasmo de adolescentes ávidos de desenfreno y catarsis hacia un horizonte difuso que no es el de Aristóteles. “Mi entrada y cien lucas por el campo”, le digo a la revendedora que no atina a detectar que en mi organismo subsiste todo el cargamento de coca que llegó al puerto del Callao la semana pasada. “Dale joven, le acompaño a la puerta, en la tarde las entradas estaban baratas pero los jóvenes han empezado a llegar”. No recepciono todas sus palabras. Siento “ese perfumen adolescente” que tanto hablaba Kurt antes de meterse su tiro final el 5 de abril de 1994. El 911 me mira, mis ojos rojos brillan, se confunden con los anuncios de las radiodifusoras que apoyan el evento, mi corazón palpita, “una jaladita más a lo Jaime Bayly”, “no quiero que me vean y le digan a mi mamá que su hijo, el escritor, es un cocainómano semejante a los escritores de los años noventa del país yanqui”. “¡Qué chucha me miras, reconchedetumadre acaso no haz contemplado a un muerto de hambre meterse toda la coca que puede correr, como el Audi de Ernesto, en su nariz!”. Estoy listo para escribir sobre Green day y me pague ciento cincuenta lucas que me servirán para que la hija de puta de mi exmujer no me joda y me deja ver los fines de semana a mi hijo. Estoy en las laderas del campo. Pepe y Fernando me han afirmado que ya han entrado. Han bebido parte de la tarde. Los llamo. Los escucho entrecortado: “Josué estamos al lado izquierdo del escenario”. Las luces se pagan. Mi polera del centenario de la cato me protege. Las luces multicolores se encienden. “¡Tranquilo choche, tanta mierda puede entrar en tu nariz!”, lo miro con mis lentecitos intelectuales de poeta maldito zen, “¡calla conchedetumadre, no te puedes darte cuenta que me estoy muriendo por dentro y esa mierda me mantiene vivo!”. La gente salta, grita, aplaude para que inicie el concierto. Desestimo la invitación de mis examigos para compartir nuestra experiencia posmoderna china. No quiero que reafirmen su idea que soy una combi asesina, un chasqui del descontrol que trata de aparentar ser el intelectual más importante de su tierra natal. ¡Permiso, cuidado con la cámara, soy periodista de “El Comercio” que vengo a escribir una crónica que leerán el fin de semana, ¡respeten hijos de la guayaba! Codazos, empujones, salto, Billie ha salido con un traje negro, escupe, “¡buenas noches perrú!”, su guitarra pone la pausa, empujo, empujo como un reciclador con su triciclo Perú, sudo, sudamos, “Know Your Enemy”. No conozco a nadie, mi cámara Sony en mano y mi memoria como soporte para captar la vida que me ha tocado vivir. Lo veo a Billie y cierro mis ojos. ¡Pogo, conchedesumadre! Marcho, me empujan, tratan de tumbarme, “no me botaran porque no lo hizo mi exmujer así que no lo hará ustedes”, golpean mi espada, mis riñones, me tratan de sacar mi sangre contaminada por la nariz, “¡Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé! “Revolution Radio”, la noche da sentido a mi corazón, no me botaran, “a un árbol no se lo bota con el orín de un borracho, un árbol viejo se desentraña desde el infierno”, me empujan y me dejo llevar, Billie me canta al oído: “I've been waiting a long time/ for this moment to come...” Toco la puerta de mi primo Miguel, inicios del año dos mil, me enseña el disco “Dookie”, “es lo que ha traído Juachi de Japón”, “Welcome to Paradise” interrumpe mi corazón. ¿Qué significa el nombre del grupo? Billie, a miles de kilómetros, jala toda la coca posible después del concierto, rompe su guitarra, observa el mismo firmamento que nos alberga, yo en Perú, tú en los “yunaites state Gringolandia”. ¡Vamos dale una jaladita que llegue a tu corazón para que olvides a esa mujeres que mencionas cuando estás ebrio y tratas de olvidar con el sudor de otras mujeres! Los cuerpos firmes y hermosos sudan y me trasmiten su insistente ganas de vivir: “Vamos Josué hazlo por tu hijo, que sienta que no eres el “Humareda de la Literatura”, dale que la vida puede hacerte fingir que eres feliz". Dos horas y media, transmito mediante mi celular a los miles de amigos que dicen serlo. “Jesús of suburbia” me hace recordar el estilo ópera que tenía Queen en sus canciones, especialmente “Bohemian rhapsody”, sus giros insistentes, sus altibajos en el ritmo de la canción proporciona esa elipsis del himno de una generación que llega al huevo las reivindicaciones. Lo canto a viva voz con mi inglisquechua, Billie no me escuchará, trato de ser inmortal, nueve minutos dura la canción, cambia de guitarra, se acerca al público, recibe un polo de la selección y soy tan feliz como un sol en julio. “Billie, soy el poeta de Lima que no lee nadie, dile a todo el estadio que quiero escribir ese gran libro que me catapulte a las grandes ligas de Randon house mondadori”. Se apaga las luces del escenario,  Edwin Wright III, más conocido como Tré Cool, tira sus baquetas que no logro alcanzar, mi cuerpo es parte de los demás cuerpos. Todos nos dispersamos, se ha acabado “los tiempos violentos”, busco algo de coca en mi bolsillo, llamada de mi jefe: “Barrón, ya acabó todo”; sí, busqué la manera de estar adelante. “Escribirás una gran crónica hijo de puta, mañana vienes temprano y deja de meterte coca”. Pepe y Fernando están sentados en el pasto, los saludos, retorna mi ecuanimidad. ¿¡Promo, dónde estabas!?, me pregunta Fernando con los ojos desorbitados mientras yo tomo una foto al túnel de estadio. ¡En el mismo centro del infierno donde late mi corazón!

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