El último gangster


Un corte en el labio superior producto, seguramente, de una gresca con pico de botella en el pabellón más peligroso de la penitenciaria de Carquín, un anillo de oro con una piedra roja en el centro que intimida al quien le estrecha la mano, sus gafas de sol de dos colores con monturas similares al de Héctor Lavoe, pantalón y zapatos pulcramente blancos, y una camisa negra con cuello de puntas largas han alimentado la leyenda que Santiago Colonia, mi padrino, es el único y último gangster de Domingo Torero. Nunca nadie se lo han preguntado ni mucho menos lo ha aceptado en sus delirios de sus infinitas borracheras donde el único que lo acompaña es la música de Iván Cruz que retumba por todos los parlantes de su casa a la cinco de la madrugada.
En estos casi veinte años que lo conozco poco sé de él. Debe de ser que siempre está hablando en presente, criticando la pendejada que se relata en voz alta en la mesa del bar o relatando las borracheras pasadas donde un parroquiano fue punto de burla. Santiago Colonia ha asimilado la tradición del buen borracho de las décadas pasadas: la habilidad mental para desahuevar a cualquier intelectual, como yo, que quiere hacerle la cagada en su reinado de botellas de cebadas y recuerdo de amores pasados. Santiago Colonia nunca me contó cómo fue joyero,  por qué lo dejó su mujer, ni cómo consiguió esa casa que ahora tiene cinco pisos ni, mucho menos, porque no se acaban las cervezas en su congeladora. Santiago Colonia saca la cebada, la abre con su diente de oro, la levanta y hace su paso salsero como diciéndote que aquí, en su gallinero, el único salsero pendejo es él.
Le he escuchado hablar sobre mujeres, dinero y sobre los amigos muertos a causa de su codicia. Tal vez por eso no lo sea. No le importa quedarse sin ningún sol en el bolsillo después de un fin de semana donde los peores gallinazos de la ciudad aterrizan para gorrear el arsenal de cerveza que aflora de su congeladora. Santiago Colonia nunca estará misio ni mucho menos te dirá ni te hará sentir que no habrá tallarines verdes con bistec a la una de tarde. Tampoco lo veras llorar por la mujer que se fue como lo hacíamos todos aquellos adolescente que íbamos a su casa para buscar un consejo de hombre que había transpirado la peor vida. Santiago Colonia te enseñaba a ser duro con ellas, a manejarlas con la mirada, a tirarlas hasta que estén saciadas para que estén a tu lado toda la vida y te juren amor eterno. Todos los que le escuchamos aquellos días hemos cumplido diametralmente cada consejo que nos brindó. Nos convirtió en muchachos duros, nos hizo perder la inocencia a la fuerza y aprender que esta vida no es sino una calle de cemento como decía el gran Héctor Lavoe. Todos éramos sus hijos, sus hijos de putas que cacheteaba cuando se hacía pasar como su apoderado y los sacaba de la comisaria por haber robado una billetera. Conmigo también lo fue aunque nunca hablé con él. Me quedaba en silencio mientras tenía el vaso de cerveza y escuchaba atentamente como se debería manosear una chibola para llevarla a la cama. ¿Era tan fácil como él lo explicaba? ¿Era tan fácil no tener corazón y ver a la mujer como una chucha caliente? ¿Era tan fácil sacarles dinero a los maricones sin que te chupen la pinga? ¿Eran tan fácil la vida o es que su palabras era una cascabel que aleteaba la punta de su cola para envolverte y apuñalarte sus puntiagudos diente y filtrarte el veneno mortal de la dureza de la vida? Recuerdo cada palabra que  se ha quedado clava en mi mente y en mi corazón. Muchas veces mantengo sus consejos como apostillas que repito una y otra vez cuando quiero acostarme con alguna mujer que conozco. También mantengo la misma mirada dura y lenguaje puntiagudo cuando me paró frente a mi jefe o cuando dicto alguna conferencia. Mantengo la ironía y la rápida habilidad mental que me enseñó sin que se diera cuenta, como  también, su delicada forma de vestirse y respetar los atuendos que se deba tener depende de la ocasión. Aprieto la mano, como el también lo hace, cuando conozco a alguien. He aprendido a quedarme callado para observar y estudiar a la persona que me conversan, así como he aprendido a escuchar esa salsa dura que solo escucho cuando paso por su casa y levanto la mano para rendirle tributo al hombre más tirano que he conocido en mi vida pero quien me hizo aprender que la vida es una mierda y de esa mierda comes y vives y debes estar preparado para afrontarla sin miedo y con convicción.
Santiago Colonia me contó que lo vinieron a buscar para asaltar un banco. Le juraron que sería la última vez y todo acabaría. Él le contestó que se había retirado de toda esa mierda y lo poco que tenía lo había invertido en cochinilla y oro para poner su joyería, que también tenía un hijo que había nacido y tenía una esposa que tenía que mantener. “Loco será la última, con esto nos aseguramos todos y nos jubilamos”, “Siempre será la misma mierda porque vives en la mierda”. Al día siguiente Santiago Colonia se enteró por los periódicos que habían muerto tres delincuentes a manos de la policía que tenían la intensión de asaltar un banco.
Ahora que ido a su casa después de varios años y lo he visto ebrio e injustamente feliz, observo minuciosamente como ha cambiado su vida: tiene dos hijos más, una mujer hermosa, sus tres hijos no viven con él, su congeladora sigue aflorando cerveza, su casa espaciosa la siento más pequeña, la escalera donde nos sentamos con las muchachas a manosearlas ahora está con losetas e iluminada y siento ese olor casero y familiar que no existía cuando subía por sus escaleras cuando solo tenía quince años. Sé que mañana su rostro duro y su palabra cortante anulará el saber si está de buen humor o enfadado a causa del fin de semana. Todo volverá a la normalidad: un baño a las seis de la mañana, su traje de  gangster, su perfume old spice, sus lentes ahumados, la mirada fija en el anillo que pule en el taller que tiene el primer piso de su casa, su sonrisa brillosa solo cuando el cliente acepta la proposición de pagarle por el anillo de compromiso y su delicado y mortal silencio como diciendo que es demás que me busques la conversación porque siempre terminaras perdiendo. Santiago Colonia me arrebató mi inocencia que vive en sus paredes mal pintadas pero me entregó el saber que la vida es una molotov que vive en mi corazón y hay que saber cuidar para saber cuándo mostrar.


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